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Hoy llamamos ejercicio o fitness a un conjunto de prácticas compensatorias del estilo de vida sedentario en los países económicamente desarrollados. Se trata de prácticas concebidas culturalmente como saludables y positivas, pero que sin embargo forman parte de la esfera de la responsabilidad individual.

Uno de los fundamentos de lo que llamamos progreso es precisamente la externalización del movimiento y de su coste energético (combustibles fósiles, automatización, etc.). Pero esta externalización no es neutral en términos de degradación de la salud humana (o medioambiental), porque lo que no puede externalizarse son los efectos nocivos de la falta de actividad física.

El movimiento humano es el resultado de un largo proceso evolutivo que trasciende ampliamente sus manifestaciones actuales: ejercicio, fitness, deporte, etc. Éstas representan solamente una pequeña fracción de nuestra historia motriz: cazar, recolectar, rastrear, cargar, trepar, bailar, jugar, etc.

El sistema nervioso evolucionó durante miles de años programando respuestas motrices adaptadas a la presión y a las posibilidades que imponía el entorno.

La sentadilla, por ejemplo, ha sido y sigue siendo en muchos lugares un patrón humano básico para manipular objetos cómodamente, procesar los alimentos, socializar, descansar, orinar o defecar. Que la sentadilla sea para nosotros simplemente “un ejercicio” da cuenta de la pobre relación que tenemos con este aspecto fundamental de la experiencia humana que es el movimiento.

Dos características de nuestro estilo de vida son el déficit de movimiento crónico y el empobrecimiento de la variabilidad motriz. Estas son las dos dimensiones del sedentarismo: la cuantitativa y la cualitativa.

Aunque a veces puedas pensar “debería moverme más o debería moverme mejor”, el sedentarismo no es principalmente un problema conductual individual sino un problema ambiental y colectivo. Hemos extinguido casi todas las oportunidades para un tipo de movimiento espontáneo integrado en el día a día.

Moverse ha dejado de ser una necesidad tal como se entendía históricamente. Esto es, como garantía de las condiciones de vida y de las necesidades básicas (individuales, sociales o del entorno). Uno de los grandes retos de salud pública de este siglo será diseñar una solución colectiva al problema del sedentarismo.